La
vida Cristiana tiene que estar vinculada al Amor la paz y la paciencia. Sobre todo la Esperanza de que un día disfrutaremos en forma permanente de la
gloria de Dios. Esa es nuestra fe.
Prof. Pedro N. González
Cuando fuimos bautizados,
recibimos el fruto del espíritu Santo, que con sus dones nos llenan de amor, gozo, paz, paciencia, bondad,
benignidad, mansedumbre, la capacidad de tener fe. De ahí nace toda la bondad
la justicia y la verdad, que permite que
nuestras acciones como personas
sean agradables a Dios, que es nuestro padre celestial. Y esa comunidad de amor
que se da entre el Padre, el Hijo y el Espíritu santo se manifiesta en nosotros
para darnos vida y hacernos nuevas criaturas, hijos de Dios, templo del Espíritu
Santo, miembros de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Si nosotros los
católicos disfrutamos de la gracia de tener el consuelo del vínculo sacramental
del bautismo instituido por el mismo Cristo. Sacramento que nos transforma en
árbol que da buenos frutos, que nos coloca en la ruta de la transformación de
nuestras vidas que nos da la capacidad de crucificar al viejo hombre y vivir en
plena armonía con su palabra siguiendo sus enseñanzas, obedeciéndole y permitiendo que se forme en
nosotros esa Imagen de Jesucristo en nuestras.
La vida del cristiano debe
estar centrado en ese llamado de amor, que va en todas las dimensiones, Primero
Amar A Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu espíritu y
segundo al prójimo como a ti mismo. Porque tu vida debe ser una comunicación
continua y permanente con Dios, para que Dios sea quien la dirija y no el
acompañante silente que lo despertamos solo cuando nos vemos en peligro. La
vida del auténtico cristiano tiene que ser consistentemente una permanente obra
de amor, a Dios sobre todas las cosas, y
al prójimo como a nosotros mismos, si hacemos esto entonces y solo entonces
habremos de alcanzar nuestra salvación que es la vida eterna (Lc. 10:25.29),
por lo que ese vínculo de amor en nuestras vidas serán el reflejo y la mediada
de nuestra forma de ser y de vivir con los demás a quienes Dios nos ha puesto
en el círculo de nuestra vida terrenal. Que son nuestros padres, nuestros
hermanos, nuestros hijos, nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros
compañeros de trabajo, nuestra comunidad eclesial.
El amor que Dios nos da y que
compartimos con los demás no puede vivir de la envidia, del rencor, del odio,
de la injuria, de la injusticia, del coraje, de la burla y la mofa, del
discrimen y la murmuración, del chisme y de la mentira. Ese amor tiene que ser
benigno, paciente, justo, equitativo, pacientes y considerados con los demás,
respetando nuestras diferencias y reconociendo que somos todos hijos de un
mismo Dios. Debemos dejar crecer en nuestras vidas ese verdadero amor de Dios. Debemos
esforzarnos como cristianos por buscar y promover el bien común, mas allá de nuestras
diferencias políticas y religiosas, pues
eso le agrada a Dios. Es tiempo de que nos reconciliemos todos como hermanos, buscando
minimizar nuestras diferencias, buscando que podamos habitar en esta bella tierra que Dios nos ha regalado, para que
vivamos en paz y armonía.
Para que no nos hagamos unos
a otros enemigos por las cosas pasajeras
de esta vida, que en nada nos ayuda a vivir en paz, para que practiquemos la
tolerancia y el respeto hacia los demás, aun cuando no compartamos sus ideas.
Mi exhortación final es a
vivir nuestra fe en comunión y en paz y
armonía con nuestros hermanos.
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