Recordamos
con alegría, las parrandas de Cachito Loperena, tradición que no debiéramos
olvidar.
Pedro
N. Gonzalez
Comenzaba las navidades en noviembre, con
la fiesta de acción de gracias, para calentar los motores, como él decía, era
el que daba la señal, “señores llegaron las navidades, a gozar y a parrandear”.
Si así era Don Cachito Loperena, el alcalde parrandero, que le cantaba a su
pueblo, con amor y simpatía, lo mismo de noche que de día, el llevaba su parranda,
y no le importaba nada el lugar donde llegar, pues sabia ya el refrán, aquí se
llega y aquí se canta.
La gente le conocía y sabia de su
tradición, su parranda era un fiestón, que todos ya esperaban. Él no le
importaba nada de preferencias políticas, le cantaba su parranda sin ninguna hipocresía,
al pobre o al adinerado, la política echaba a un lado a la hora de parrandear,
y para dar el ejemplo primero el versaba y la gente le encantaba, su ritmo y
melodía y era tanta la alegría, que no había diferencias, no importa como usted
piensa, que viva siempre la alegría. Si ese era Don Cachito Loperena.
Antes de salir paz la parranda el solía
reunirse en una casa primero en donde se practicaban las canciones y los
músicos afinaban el cuatro y la guitarra. Muchas veces comenzábamos en casa de
Tony Loperena cuando llegábamos allí ya estaba Héctor y Lluqui algunos de los parranderos,
Cieno Ruiz, Judith y Raúl, llegamos a casa de Tony y se formaba el fiestón, Cesar
con su güiro, Héctor con el cuatro, Renán con el Acordeón y cachito bien
animado, todos como hermanos, esperaban el momento y cachito bien contento, da
su grito de alegría, Arriba corazones, que vivan los reyes. Entonces empezaba
esa magia de la parranda característica
de esos nobles sentimiento que vive nuestro pueblo de una unión familiar única
llena de saludos sinceros abrazos, apretones de manos, como una sola familia.
Así se encendía la fiesta, y se organizaba
el coro y todos cantaban con gran alegría, que momentos tan inolvidables, de
allí salíamos para el destino de la parranda. De la familia que, casi en su
totalidad, conocemos en ese instante. “¿Se toma un palito?”, es la pregunta que
no se hace esperar por parte del anfitrión y que da paso a un compartir.
Cuando llegamos a Cuba, a casa de Jorge
Galoffin, la parranda estaba arma hasta los dientes, se arremolinaba la gente,
que allí nos esperaban, y comenzaba enseguida la parranda de Cachito, con un
coro bien sonado y un aguinaldo entonado
por el propio don cachito, que le avisaba a los dueños de la casa la visita de
Cachito. Y se formaba el algarabío y el
fiestón.
Enseguida aparecían las bandejas de jamón,
queso y galletas y la cerveza y el ron que se rearte entre los presentes. La
alegría es inmensa la gente aporta unos versan, otros improvisan y todos se
sienten parte de la fiesta, donde cantan, bailan y gozan los viejos, los
jóvenes y los niñitos.
Así se fue pasando de casa en casa,
llevando alegría a cada rincón de su pueblo, del campo al pueblo y del pueblo
al campo. Las parrandas de Cachito hicieron historia en nuestro pueblo. Gracias
don Cachito por esta bella tradición. Y gracias a quienes nos acompañaron y a
todos los que nos recibieron con tanta alegría. A todos ustedes les deseamos
hoy a nombre de don Cachito muchas
felicidades y un próspero año nuevo.
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